martes, 28 de mayo de 2013

Mi gran casamiento español

Quiero aclarar, primero y principal, que cuando uso la palabra "casamiento" aquí, todos se ríen porque suena medio gitano, pero es que usar boda allá es hacerme la finoli, no? Se me ocurrió escribir esta entrada, no sólo porque acabo de ir a un casamiento, sino porque realmente no miré las suficientes películas de Almodovar que me hubiesen preparado mejor para tal evento. No voy a dar datos muy personales pero si quiero contarles cosas que me llamaron muchísimo la atención durante todo el día (o al menos hasta que la cantidad de comida y bebida ingerida me mantuvieron consciente). 
Estuve casi dos meses eligiendo que ponerme porque los casamiento aquí, los pro, son como esos que ves en la revista Hola (hasta barajé ponerme un sombrero a lo Máxima Zorreguieta, pero a último momento desistí). Todo es muy lindo y arreglado, hasta que te das cuenta que la boda es en un pueblito donde no son muy fan del asfalto, y donde en primavera hace una media de 8ºC. También te das cuenta que la muy pequeña y muy antigua iglesia del pueblo no esta preparada para 150 individuos y que cada persona que sube al entrepiso donde, sabe Dios porqué, te fuiste a sentar, parece que va a ser la que desate el derrumbe. En un acto de "moderna separación Iglesia/Estado", aquí no existe la ceremonia por civil, sino que se firman los Libros de Familia en la iglesia. Algo bonito y distintivo, es que junto con las alianzas, los novios se pasan entre si 13 monedas, las "arras", en signo de que comparten sus bienes (me reí sola pensando "estos españoles siempre tienen que aclarar bien los gastos").
Aquí es por todos conocido, que la invitación a una boda, no es una alegría sino una desgracia. ¿Por qué? Porque significa que tendrás que gastar no sólo dinero en el regalo sino también en un disimulado pago de tu propio plato. Si uno tiene la suerte de ser familia cercana, puede zafar, pero sino... yo, por las dudas, ya me voy poniendo en el buzón que no acepto invitaciones. Aquí todo suele ser a lo grande, pero pocas veces todo solventado por los organizadores. Además los padrinos de la boda suelen estar obligados a entregar regalos a casi todos los invitados, en los que, si no son muy allá, quedan como el culo. 
Hace muchísimos años que no iba a un casamiento, tanto que la última vez lleve los anillos con otros niños y esta vez me sentaron en la mesa de parejas de treintañeros. Lo mejor de estas bodas españolas es lo poco que escatiman con el alcohol, digamos que en España se escatima poco con el alcohol y con la comida en general, pero no son tontos y te van tirando jugos de frutas de vez en cuando para que equilibres comilona y alcohol. Uno siempre tiene la tendencia de que cuando va a lugares elegantes a comer, trata de portarse como un dandy, tenés charlas sobre cubiertos, pero después de cinco horas ya le estás poniendo hielo al tinto y pidiéndote que te pongan Ráfaga. Una diferencia a nuestro clásico modus operandi: plato+baile+plato+baile, aquí primero te atiborrás bien y luego ya salís a bailar bastante destruido. Las bodas suelen ser de día y el almuerzo se extiende desde las tres hasta las 7 de la tarde.
Al personaje universal de viejo borracho y baboso que te acosa en fiestas, hay que sumarle la de viejo baboso con "ese acento precioso que tienes" del que no pude escapar. Como suelen ser de día, hasta la noche no se puede permanecer en los salones, porque lo que si o si hay que moverse en bares. Y ésta, para mí, es una parte que me deprime mucho, porque ver a una novia vestida de novia en un bar cualquiera, no se, es un bajón. No me veo entrando a ese antro de mala muerte al que una vez habré ido en jogging vestida de novia, es tipo "haces siempre lo mismo, hasta cuando te casas". Aquí no lo ven así y la necesidad de fiesta supera todo, así que se mandan ahí con el tul, la enagua, el traje a pisar esos suelos pegoteados de piña colada. 
Hasta aquí llega mi memoria de este día, una nueva experiencia, que espero repetir pronto, sin pagar y como  invitada, por supuesto. 

lunes, 13 de mayo de 2013

Bicho de ciudad

La semana pasada, como se habrán dado cuenta, andaba nostálgica, así que me fui a una conferencia de un periodista argentino muy reconocido. Entré sola, me senté más o menos en el medio para no llamar la atención, pero escuchar lo suficiente. Después de mirar alrededor y percatar cuantos argentinos hay en Salamanca, de los cuales no conozco a ninguno, no pude evitar escuchar una conversación que sucedía a mis espaldas entre dos profesores (a juzgar por las chaquetas con coderas), españoles ellos. Paso a reproducir lo que decían: "Oye, ¿Sabes el tío este de la Rua Mayor, el yonqui (drogón) que toca tan bien la guitarra, que era de nuestra quinta (generación)? Resulta que ha vuelto a tocar en las calles porque no se que le pasó a su novia, si murió o está presa" "Tu no dirás la yonqui esa que se subió al tejado de la Iglesia de la Purísima, ¿no?" "No, chaval esa no, una que trabajaba con él, en el bar ese de San Justo, hace años!". La historia, por más trágica y marginal que parezca, no me llamó la atención por esto. Dos completos desconocidos hablaban de un hombre al que yo le había dado unas monedas  la noche anterior, estuve el día que la mujer esa casi se tira la Iglesia, mirando desde la plaza de debajo con cincuenta curiosos y San Justo es mi zona de salir, de siempre. Todo me hizo volver a algo que pienso frecuentemente: vivo en un bendito pueblo.
Cuando llegué aquí, todo me pareció nuevo, un montón de caras desconocidas, centenares de bares nuevos,  librerías bohemias, etc. En Buenos Aires, esta sensación te puede durar décadas, en Salamanca, meses. Creo que la primera vez que me di cuenta la magnitud de la "ciudad" donde vivía fue cuando escuché el primero: "Si, si, se quién sos", de un completo desconocido. Yo estaba acostumbrada a caminar por la calle en modo "mueran todos, nadie me mire" y acá llego tarde a todos lados porque me freno cada diez minutos para saludar gente. Ojo, tampoco voy de "soy re famosa", pero la frase: "Te conozco de la noche" en los bares que voy siempre, prefiero asociarlo a que nos conocemos todos, no a ser famosa de noche, vio usted?  
A veces es un poco asfixiante, la cara del boludo ese que te dejo de gustar al minuto de conquistarlo puede aparecer en cualquier momento, que la de la cafetería se acuerde que tomás y no te deje opinar, que los de la biblioteca ya no te pidan ni el carné, que el camarero de un bar te reciba con la frase: "Y, ¿Cuándo te deportan?", las noticias de La Gaceta en plan "Festival de pasteles en Carbajosa" o "Procesión del Cristo de la Soledad en Santa Marta" seguido por la misma foto de los mismos cuatro viejos en todas, hasta el periódico tiene sección Sociales con fotos de comuniones y cenas de abuelos...
A pesar de todo esto, ¿saben qué? No volvería a vivir en una ciudad más grande que ésta. Y no quiero despreciar a mi Buenos Aires querido, pero aquí aún se conservan algunas costumbres que yo pensé desterradas del mundo mundial. España tiene espíritu de pueblo, hasta en Madrid la gente se maneja bajo estos preceptos. Y si, en el fondo, me gusta que me conozcan todos; y si, puede ser que esto de no querer conocer más compatriotas respondan a este estereotipado ego argentino de querer ser la única en Salamanca.